lunes, 1 de abril de 2013

1 de Abril de 2013


¿Os acordáis de la promesa que hice la vez anterior por aquí?
Hubo un beso. Un rechazo. Sonrisas y tonteos. Y un perdón por su parte que ni siquiera me merecía.
Sí, así es el comienzo de nuestra historia. Confusa y rara. Pero tampoco es que los dos seamos muy normales.
Nuestra historia comienza un 16 de Febrero. Aquella tarde, fue una de muchas en las que dijimos todos los de la universidad de quedar. Dar una vuelta por un centro comercial y cenar en casa de él.
Este plan surgió de uno anterior, al que a nadie le pillaba bien ir a otro sitio. Y obtamos por algo más sencillo y cómodo para todos.
Desde el principio ya nos buscábamos. Pequeños gestos y tímidas miradas que se convertían en sonrisas cómplices. Nadie lo veía venir, ni si quiera nosotros mismos.
La noche transcurría entre bromas y tonterías de todos. Ninguno teníamos una mala cara. El olor a pizza, la música y la risa de todos inundaba su salón. Hasta el perro parecía contento con tanta gente allí.
Y mientras, nosotros nos íbamos rozando. Creo, que en un principio con la intención de que nuestros roces fuesen accidentales, pero poco a poco, nuestras manos se iban buscando sin que nos importase lo que viesen los demás.
Tal vez, llevábamos mucho tiempo buscándonos. O tal vez, fue el momento. No lo sé. Pero tampoco quiero saberlo. Hay cosas que son más especiales si no se saben el origen de ellas.
El cómo acabamos también los dos en el sofá no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es ese momento.
Ese instante, en el que me recosté en su pecho y sentí su calor. En nuestras manos entrelazadas y sus labios besando mi pelo. En esa paz, y esa tranquilidad que hacía años que no sentía con otra persona.
Sentí una de sus manos apartándome el pelo de la oreja y susurrándome que no le importaría convivir conmigo. Retirando una promesa que dijo en una clase meses atrás.
Y no lo pude evitar. Se me saltaron las lágrimas y no supe que decir. Os juro que en aquellas palabras se podía palpar la ternura de un niño. Y hasta ese día, a nadie le había oído hablarme así.
Tengo que reconocer que ahí, la penumbra jugo a mi favor. Porque ajeno a todo lo que me pasaba a mí, él siguió dándome besos en la cabeza, con cariño y dedicación, como si realmente fuese alguien importante en su vida.
Poco a poco esos besos fueron bajando, del pelo a la frente, de la frente a la nariz y de la nariz a mis labios. Un simple beso. Un roce de labios. Luego note su lengua buscando a la mía y retrocedí asustada.
Malos recuerdos. Cicatrices del corazón. Silencio pesado. Y él abrazándome con fuerza y preguntándome que es lo que pasa. “Delante de todos no, por favor” le suplico.
Demasiadas humillaciones, demasiadas cosas malas en el pasado y el me acaricia y me besa. Luego se levanta por un problema con los altavoces y la magia se rompe. Otra persona ocupa su sitio en el sofá y ya no es lo mismo.
Porque añoró su tacto y su olor.
Nuestros amigos me miran sonrientes, conscientes de que no paro de seguirle con la mirada y formulan la pregunta del millón: “¿es verdad que te gusta alguien de clase?”.
Y sólo soy capaz de soltar un “puede” de lo atontada que estoy. Entonces uno de ellos la fórmula mejor: “¿Es verdad que te gustan alguien que empieza su nombre por J?”.
La sonrisa me sale sola. “Sí, claro que sí”. Y todos me devuelven la sonrisa, menos mi niño.
Mi tierno niño clava la vista en el suelo y luego se va fuera. Con la única compañía del perro.
El ambiente sigue igual que antes de que se fuese. Algunos preguntan por su presencia, pero nadie le da importancia y nuestros amigos siguen a lo suyo.
De repente mi móvil suena y ya me tengo que ir. La primera. Siempre la primera en irse de todas las fiestas y quedadas. Es lo que tiene tener un padre que se preocupa por su hija.
Recojo mis cosas con la mayor lentitud posible y cuándo salgo, veo que todos están allí. Parloteando y riendo. Y mi niño apartado, haciéndole alguna al perro. Sin querer ser partícipe de las conversaciones de nuestros amigos.
Me despido de ellos y ya estoy saliendo por la puerta cuando me giro, me acerco a mi niño y lo abrazo con fuerza. Sin pensar. Tal vez sorprendiendo a más de uno. Y no me importa.
Es lo que hay. Le quiero. A estas cosas no hay que darles vueltas, o se demuestran o se callan. Son experiencias de las que he aprendido en mi corta vida y ellas mismas me lo aconsejan. Mañana será un nuevo día.
Al día siguiente, nada más despertarme. Enciendo el móvil y lo primero que me encuentro es un mensaje de él. Disculpándose por lo de ayer, arrepintiéndose de todo.
Y simplemente ya no pienso. Ya no me dejo guiar por la lógica, le pido que se conecte y voy a por el portátil, y mientras se carga, me aparto el pelo de la cara e intento pensar algo coherente en que decir por primera vez en aquella mañana.
En alguna palabra con la que empezar o algo. Pero no me sale nada. “Dile lo que sientas, Barb” me digo mientras abro el skype y le llamo. Lo coge al instante.
-¿Por qué te disculpas? En todo caso, me tendría que disculpar yo, porque te quiero y te he rechazado y parece que estoy jugando contigo. Cuando no es así-suelto de sopetón, sin buenos días ni nada.
Vale, bien, ya está” pienso. “No tenías otra forma de decir las cosas” me reprocho en su silencio. No había otra forma de empezar una conversación
-Qué pena que no te tenga delante para darte el beso que te mereces.
Y por acto reflejo, sonrió a la pantalla del ordenador. Tonto. Tontos del todo por no decirnos lo que nos teníamos que haber dicho antes.
Ahí fue, cuando oficialmente nos hicimos pareja, lo dimos por hecho. Sin llegar a decirnos, “oye estamos juntos ¿no?” porque ya confiábamos el uno en el otro y esas palabras nos sobraban.

jueves, 21 de marzo de 2013

21 de Marzo de 2013


¿Conocéis esa sensación de que os falta el aire? ¿Qué de repente se os hace difícil respirar?
Ese momento en el que se te saltan las lágrimas, y te muerdes el labio para no llorar. Que sientes como todo tu mundo se rompe y deja de tener sentido.
Sientes que tu corazón se encoge y te duele. Te duele mucho porque te han herido y no sabes que hacer.
Te sientes pequeña e indefensa. Te sientes diminuta y frágil.
Y te abrazas a ti misma. Como buscando el amor de una persona que nunca tuviste, como buscando un consuelo jamás dado.
Pero no consuela y al final acabas llorando. Estremeciéndote entera, de arriba abajo.

lunes, 11 de marzo de 2013

11 de Marzo de 2013

No soy inútil. Y mira que lo he pensado miles de veces. Pero no, no lo soy.
Ni yo, ni tú. Nadie lo es. Digan lo que digan.
He aprendido que las personas no tienen la razón, solo nosotros mismos. Y si se nos mete algo en la cabeza, podemos conseguir lo que nos propongamos. O hundirnos en un pozo sin fondo.
Tanto con un simple examen, como en el día a día.
Hoy, después de haber vuelto de correr. Me han dado la nota de un examen que me han hecho por la mañana. He suspendido y me han mandado hacerlo para Mayo.
Lo primero que he pensado es que esa nota no correspondía con lo que había rellenado por la mañana. Luego me he sentido decepcionada. Y finalmente lo único que me ha venido a la cabeza han sido dos palabras: “trabaja duro”.
He subido la música hasta quedarme sorda y me he puesto con todos los apuntes de la asignatura.
No pienso parar hasta que no tenga esa asignatura aprobada en Mayo.

viernes, 15 de febrero de 2013

15 de Febrero de 2013


Hay días que te levantas y no piensas.
Simplemente, sales de la cama, desayunas, te vistes y sales por la puerta. Y no procesas nada hasta que llegas a clase y te sientas. Y miras a tu alrededor.
Empiezas a intentar asimilar todo lo que dice tu profesor. Pero realmente, no te importa nada de lo que esté hablando. Eso no es lo que quiere oír tu mente.
Tu lo que quieres es oír otra cosa. Ponerte los cascos y perderte todo el día por Madrid, con la música a todo volumen. Correr, sentir el aire en la cara.
Estar en cualquier otro lado menos ahí, o hacer cualquier otra cosa que no sea estar sentada delante de una pizarra.
Me gusta lo que estoy estudiando. Pero hay días así, que no quieres hacer nada y te preguntas si realmente es eso lo que quieres hacer.
Y sabes que una pequeña parte de ti dice que sí. Aunque sea un “si” muy bajito.

domingo, 10 de febrero de 2013

8 de Febrero de 2013


Quedamos, y en ningún momento me plantee pasar la tarde con él. Se suponía que íbamos a ir un par de amigos, pero al final, no sé cómo nos quedamos solos los dos.
Al principio, silencio incomodo, luego un par de miradas y sonrisas, y la incomodidad desaparece.
Hablamos sin parar, tranquilos el uno con el otro mientras me lleva a un bar a cenar. Un pequeño bicho verde en el coche nos interrumpe de vez en cuando con alguno de sus comentarios. Pero ambos lo ignoramos casi de forma inconsciente.
Supongo que nos gusta oírnos hablar. Porque al rato el bicho se rinde y se calla. Y ya solo nos acompaña la música de fondo. Una música que ahora mismo, soy incapaz de recordar de lo atenta que estaba a él y a sus historias.
Aparca cerca de la Universidad de Leganés y me lleva a un bar de al lado. Solo somos cuatro gatos en el local, y a medida que transcurre la cena solo dos. Él y yo.
Comemos el uno enfrente del otro. Mirándonos y hablando. Siempre hablando, porque creo que es uno de los pocos momentos en el que he podido estar a solas con él.
Me habla de cuando estuvo haciendo otra carrera y no la acabo, de lo bien que se lo pasaba el por allí cuando salía de clase. Me pregunta el porqué corro también. Y solo se me ocurre decirle que para no autodestruirme, para no estar siempre triste.
Él me cuenta también porque patina y porque le parece bonito tener una afición. Es bueno tener la mente ocupada dice y ahí le doy la razón. A veces, es mejor estar haciendo algo que a uno le gusta sin pensar en nada más que en lo que uno está haciendo.
De repente, me sorprende diciéndome que le gusto tal y como soy. Que le gusta que no vaya a clase maquillada, que vaya siempre a mi bola. Porque parece que se apreciar más las cosas que tengo que otras que van súper maquilladas y son unas bordes.
No puedo evitar sonreírle y piropearle también. Y me mira perplejo, como si le estuviese diciendo alguna mentira, pero no es así. Para mí él lo es, piensen lo que piensen los demás.
Terminamos y paga. Yo le discuto y me ignora como si fuese una mosca. El camarero y él se han compinchado para que yo no pague. Le gusta no, le encanta replicarme y salirse con la suya. Y a mí, en el fondo también. Aunque sospecho que esto último lo sabe y por eso lo hace tan a menudo.
Nos vamos, y el frio nos obliga a abrazarnos. Subimos toda la calle, hasta donde ha aparcado así. Pegados, tanto que le oigo castañear los dientes en mi oído y no puedo evitar abrazarlo con más fuerza. No quiero que se congele. No quiero que le pase nada por mí.
Desgraciadamente, acabamos llegando a donde ha aparcado y nos separamos a regañadientes para refugiarnos en la calefacción de su coche. Nos metemos y tras un intercambio de miradas, nos volvemos a reír como bobos.
Arranca y damos vueltas y más vueltas. Pero no nos importa, porque volvemos a hablar de todo un poco y llegar a casa es lo único que no queremos hacer.
Admitimos algunos celos, filosofamos sobre algunas personas de nuestra clase y nos contamos uno o dos secretos antes de llegar a mi casa. Y cuando llegamos, ambos no sabemos qué hacer, un silencio incomodo y pesado nos invade.
Le doy dos besos y me bajo mientras nos intercambiamos un par de piropos subidos de tono. Antes de cerrarle la puerta, me amenaza con subir a mi casa a hacerme cosas pervertidas y yo me rió porque sé que es capaz. Y porque tampoco le iba a ofrecer  resistencia.
Ando hacia mi casa y me vuelvo arrepentida de esos dos besos. Y él sigue ahí, sigue esperando hasta que atravieso las rejas de mi colonia. Entonces arranca y se va más tranquilo a su casa. Yo le sigo con la mirada hasta el final de la calle.
Creo que nos hemos ido ganando poquito a poco. Yo siento algo y él lo sabe, y aunque no se lo haya dicho esta noche. Me prometo decírselo cuando se vuelva a repetir otra oportunidad como esta.

domingo, 16 de diciembre de 2012

16 de Diciembre de 2012


Tengo ganas de desaparecer. De irme y no darle explicaciones a nadie de adonde he ido. ¿Por qué debería? ¿A quién le importa?
Siempre he sido un alma libre. Ya desde pequeña, tendía  hacer lo que yo quería aunque se riesen de mí.
Y muchas veces, yo no entendía esas risas. Porque esas veces, sus miradas decían ideas contrarias a las que expresaban sus labios.
No tuve por lo tanto, una bonita infancia, ni tampoco lo fue mi adolescencia. Ser diferente es algo que a la mayoría de la gente no le gusta. Te señalan, te gritan, te insultan y tu solo puedes abrazarte a ti misma y tragarte las lágrimas.
Es la única cosa que puedes hacer. Abrazarte para no sentirte sola y no llorar. Porque si lloras, ya sabes lo que toca.
El doble de lo mismo. Se turnan, se juntan, te esperan. Les da igual donde estés, o si te escondes o no. Te van a encontrar y lo van a volver hacer. Eso es algo que lo sabes mejor que nadie.
Aprendes a vivir con miedo. Creces desconfiando de los demás. Se forma un vacío en tu pecho y tu ingenuidad se queda por el camino. Además, de que tu vida empieza a tener menos sentido cada día.
No comprendes el porqué de ese comportamiento ni el porqué tu y no otro. Pero vives con ello, y ya se vuelve parte de ti.

jueves, 25 de octubre de 2012

Nada de correr


¿Cuánto hace ya que no escribo? ¿Por qué no lo hago? ¡Han pasado tantas cosas!
Una de ellas, y la más importante y que todavía me afecta, es que no puedo correr. Estuve esperando todo este tiempo a que me dijesen que tenía y finalmente lo han hecho, para decirme que tendré que estar otra temporada sin correr.
No voy a poder participar en ninguna carrera, y apenas pisaré el gimnasio. Así que no podéis haceros a la idea de la angustia que siento. De la falta de seguridad en mi misma que tengo.
Correr para mí es como respirar. Si no lo hago me muero, y es últimamente como me siento. Como si se hubiese derrumbado un eslabón importante en mi vida. Y ya nada tuviese sentido.
Siento ser tan triste y tan extrema, pero si realmente no tenéis una afición que os llene tanto, jamás entenderéis como me siento ahora.
La gente de mi entorno intenta consolarme, diciéndome que luego podré correr mejor y que no me lesionaré tanto después de esto. Pero a mí me da igual, quiero hacerlo y lo quiero ya.